El agua del lago nunca es dulce by Giulia Caminito

El agua del lago nunca es dulce by Giulia Caminito

autor:Giulia Caminito [Caminito, Giulia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


* * *

La nariz de mi hermano me resulta desconocida, ya no es el punto central de su identidad, sino un detalle común, la presencia cualquiera de un lunar o de una peca. Él, con su tristemente famoso cuerpo, me parece haber encogido, como si yo fuera una adulta frente a los objetos de la infancia, a las mesas, a las sillas, a los edificios que veía gigantescos y que ahora tienen el aspecto de dóciles polillas o escarabajos.

Mariano se queda mirando la puerta del armario en la que he pegado las letras recortadas de los periódicos de papá, he compuesto mi nombre con diferentes formas y colores, lo he repetido cuatro veces. Yo, yo, yo, yo. Tal vez para hacer que me guste, para concebirlo como oportuno y no como una etiqueta que mi madre eligió y me puso, equivocándose en todo.

Los objetos están lejos, la vida de Mariano se ha retirado de sus superficies, la sábana de sus días está tendida en otra parte, aquí ha quedado su sombra gris, el humo disperso de su paso.

Se sienta en la cama en la que antaño dormía y luego se levanta de inmediato, se limpia los pantalones como si estuviera sucia o algo la hubiera contaminado: nuestra hermandad es cargante y pegajosa.

¿Por qué no la has quitado todavía?, me pregunta.

Porque es tuya.

Yo ya no vivo aquí.

Hago una mueca que ahuyenta su claridad, su cristalino deseo de llevarme de vuelta a la verdad. Para mí, la cama está ahí, a la espera, siempre preparada para su regreso, para esa noche en la que cambie de opinión y tenga otra vez ganas de dividir nuestra habitación en dos con una sábana, de volver a ser mi mitad del espacio, de asomarse por nuestra ventana, de lanzar miradas y calcetines por los rincones.

Me he enterado de lo de tu amiga, me dice, y me doy cuenta de que se ha hecho un piercing en la oreja, lleva un aro de plata que cuelga de la izquierda, su cara parece haber envejecido años y está cargada de experiencias y viento.

¿Qué amiga?, le pregunto y cojo el cepillo de la mesita de noche, me dedico a mi pelo con tenaz esmero, preparándome para la comida de Navidad como si fuera mi comunión.

La que se suicidó.

No detengo el cepillo, sino que me lo paso y repaso con obstinación por un enredo de pelo alborotado, tratando de deshacer los nudos, de pasar las cerdas y los dedos.

Ya no éramos amigas, intento zanjar la conversación, tiene que manar en otra parte, alejarse por el desagüe.

Hubo un funeral y yo no fui, en su instituto organizaron un acto en su memoria y yo no fui, Agata me invitó a acompañarla a casa de Carlotta para hablar con sus padres y yo no fui. Para mí su muerte no existe, la rehúyo porque me resulta indigesta: detesto el injusto sentimiento de culpa que me dejó, detesto la teatralidad de su gesto, detesto la afectación con la que los demás hablan



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